AL SITIO DE MATILDE QUAN Y EL MINISTERIO GENESIS
   
  MATILDEQUAN
  MILAGROS EUCARISTICOS
 

El milagro de Lanciano

La pequeña ciudad de Lanciano se encuentra a 4 kilómetros de Pescara Barí (Italia), que bordea el Adriático. En el siglo VIII, un monje basiliano, después de haber realizado la doble consagración del pan y del vino, comenzó a dudar de la presencia real del Cuerpo y de la Sangre del Salvador en la hostia y en el cáliz. Fue entonces cuando se realizó el milagro delante de los ojos del sacerdote; la hostia se tornó un pedazo de carne viva; en el cáliz el vino consagrado en sangre viva, coagulándose en cinco piedrecitas irregulares de forma y tamaño diferentes.

Esta carne y esta sangre milagrosa se han conservado, y durante el paso de los siglos, fueron realizadas diversas investigaciones eclesiásticas.


Verificación del milagro.

Quisieron en la década de 1970, verificar la autenticidad del milagro, aprovechándose del adelanto de la ciencia y de los medios que se disponía. El análisis científico de aquellas reliquias, que datan de trece siglos, fue confiado a un grupo de expertos. Con todo rigor, los profesores Odoardo Linolli, catedrático de Anatomía, Histología Patológica , Química y Microscopia clínica, y Ruggero Bertellí, de la Universidad de Siena efectuaron los análisis de laboratorio. He aquí los resultados.

La carne es verdaderamente carne. La sangre es verdaderamente sangre. Ambos son sangre y carne humanas. La carne y la sangre son del mismo grupo sanguíneo (AB). La carne y la sangre pertenecen a una persona VIVA.
El diagrama de esta sangre corresponde al de una sangre humana que fue extraída de un cuerpo humano ese mismo día. La carne está constituida por un tejido muscular del corazón (miocardio). La conservación de estas reliquias dejadas en estado natural durante siglos y expuestas a la acción de agentes físicos, atmosféricos y biológicos, es un fenómeno extraordinario.
Uno queda estupefacto ante tales conclusiones, que manifiestan de manera evidente y precisa la autenticidad de este milagro  eucarístico.
Otro detalle inexplicable: pesando las piedrecitas de sangre coaguladas, y todas son de tamaño diferente, cada una de éstas tiene exactamente el mismo peso que las cinco piedrecitas juntas.
Conclusiones. ¡Cuántas conclusiones, cuántas ideas y profundizaciones sobre los designios de Dios podemos sacar del milagro de Lanciano!
1. Precisamente cuando los soberbios afirman: "La ciencia enterró la religión, la Iglesia y la oración, que son cosas superadas. Nada de esto es importante". Para éstos el milagro de Lanciano es una respuesta categórica. Es justo la ciencia, con sus recursos actuales que vienen a probar la autenticidad del milagro. ¡Y qué milagro!
2. Realmente un milagro destinado a nuestro tiempo de incredulidad. Pues, como dice San Pablo, los milagros no están hechos para aquellos que creen, sino para los que no creen. Precisamente en este tiempo, cuando un cierto número de cristianos duda de la Presencia Real, admitiendo solo una Presencia espiritual de Cristo en el alma del que comulga, la ciencia la comprueba con una evidencia de un milagro que dura ya más de trece siglos.
3. La iglesia de Lanciano, donde se produjo el milagro, está dedicada a San Longinos, el soldado que traspasó el Corazón de Cristo con la lanza, en la cruz. ¿Coincidencia?
4. La constatación científica por los expertos de que se trata de carne y sangre de una persona viva, viviente en la actualidad, pues esta sangre es la misma que hubiese sido retirada en el mismo día, de una persona viva.
5. Por lo tanto es la misma carne viva, no carne de un cadáver, sino una carne animada y gloriosa, que recibimos en la Eucaristía, para que Podamos vivir la vida de Cristo.
6. Un hecho impresionante: la carne que está allí es carne del corazón. No es un músculo cualquiera, pero del músculo que propulsiona la sangre y, en consecuencia, la vida.
7. Las proteímas contenidas en la sangre están normalmente repartidas en una relación de porcentaje idéntica al del esquema proteico de la sangre fresca normal.
Para nosotros, cincuenta años, medio siglo, es Prácticamente una vida. Doce siglos nos parecen una eternidad y es tal vez con esta sensación ya de eternidad que "sentimos" el milagro de Lanciano, donde Dios permitió la comprobación por la ciencia de los hombres de sus palabras omnipotentes: ESTO ES MI CUERPO, ESTE ES EL CALIZ DE MI SANGRE, DEL NUEVO Y ETERNO TESTAMENTO.

El suceso de Tumaco

Retroceden las olas del mar ante la Hostia consagrada.

Tumaco (Colombia)
El siguiente suceso tuvo lugar el 31 de enero de 1906, en el pueblo de Tumaco, perteneciente a la República sudamericana de Colombia, y situado en una pequeñísima isla a la parte occidental de aquella República, bañada por el océano Pacífico. Hallábase allí de cura misionero, en dicho tiempo, el reverendo padre fray Gerardo Larrondo de San José, teniendo como auxiliar en la cura de almas al padre fray Julián Moreno de San Nicolás de Tolentino, ambos recoletos.
Eran casi las diez de la mañana, cuando comenzó a sentirse un espantoso temblor de tierra, siendo éste de tanta duración que, según cree el padre Larrondo, no debió bajar de diez minutos, y tan intenso, que dio con todas las imágenes de la iglesia en tierra. De más está decir el pánico que se apoderó de aquel pueblo, el cual todo en tropel se agolpó en la iglesia y alrededores, llorando y suplicando a los padres organizasen inmediatamente una procesión y fueran conducidas en ellas las imágenes, que en un momento fueron colocadas por la gente en sus respectivas andas.
Parecíales a los padres más prudente animar y consolar a sus feligreses, asegurándoles que no había motivo para tan horrible espanto como el que se había apoderado de todos, y en esto se ocupaban los dos fervorosos ministros del Señor cerca de la iglesia, cuando advirtieron que, como efecto de aquella continua conmoción de la tierra, iba el mar alejándose de la playa y dejando en seco quizá hasta kilómetro y medio de terreno de lo que antes cubrían las aguas, las cuales iban a la vez acumulándose mar adentro, formando como una montaña que, al descender de nivel, había de convertirse en formidable ola, quedando probablemente sepultado bajo ella o siendo tal vez barrido por completo el pueblo de Tumaco, cuyo suelo se halla precisamente a más bajo nivel que el del mar.
Aterrado entonces el padre Larrondo, lanzóse precipitadamente hacia la iglesia, y, llegándose al altar, sumió a toda prisa las Formas del sagrado copón, reservándose solamente la Hostia grande, y acto seguido, vuelto hacia el pueblo, llevando el copón en una mano y en otra a Jesucristo Sacramentado, exclamó: Vamos, hijos míos, vamos todos hacia la playa y que Dios se apiade de nosotros. Como electrizados a la presencia de Jesús, y ante la imponente actitud de su ministro, marcharon todos llorando y clamando a Su Divina Majestad, tuviera misericordia de ellos. El cuadro debió ser ciertamente de lo más tierno y conmovedor que puede pensarse, por ser Tumaco una población de muchos miles de habitantes, todos los cuales se hallaban allí, con todo el terror de una muerte trágica grabado ya de antemano en sus facciones. Acompañaban también al divino Salvador las imágenes de la iglesia traídas a hombros, sin que los padres lo hubieran dispuesto, sólo por irresistible impulso de la fe y la confianza de aquel pueblo fervorosarnente cristiano.
Poco tiempo había pasado, cuando ya el padre Larrondo se hallaba en la playa, y aquella montaña formada por las aguas comenzaba a moverse hacia el continente, y las aguas avanzaban como impetuoso aluvión, sin que poder alguno de la tierra fuera capaz de contrarrestar aquella arrolladora ola, que en un instante amenazaba destruir el pueblo de Tumaco.
No se intimidó, sin embargo, el fervoroso recoleto; antes bien, descendió intrépido a la arena y, colocándose dentro de la jurisdicción ordinaria de las aguas, en el instante mismo en que la ola estaba ya llegando y crecía hasta el último límite el terror y la ansiedad de la muchedumbre, levantó con mano firme y con el corazón lleno de fe la Sagrada hostia a la vista de todos, y trazó con ella en el espacio la señal de la Cruz. ¡Momento solemne! ¡Espectáculo horriblemente sublime! La ola avanza un paso más y, sin tocar el sagrado copón que permanece elevado, viene a estrellarse contra el ministro de Jesucristo, alcanzándole el agua solamente hasta la cintura. Apenas se ha dado cuenta el padre Larrondo de lo que acaba de sucederle, cuando oye primeramente al padre Julián, que se hallaba a su lado, y luego a todo el pueblo en masa, que exclamaban como enloquecidos por la emoción: ¡Milagro! ¡Milagro!
En efecto: como impelida por invisible poder superior a todo poder de la naturaleza, aquella ola se había contenido instantáneamente, y la enorme montaña de agua, que amenazaba borrar de la faz de la tierra el pueblo de Tumaco, iniciaba su movimiento de retroceso para desaparecer, mar adentro, volviendo a recobrar su ordinario nivel y natural equilibrio.
Ya comprende el lector cuánta debió ser la alegría y la santa algazara de aquel pueblo, a quien Jesús Sacramentado acababa de librar de una inevitable y horrorosa hecatombe.
A las lágrimas de terror sucediéronse las lágrimas del más íntimo alborozo; a los gritos de angustia y desaliento siguieron los gritos de agradecimiento y de alabanza, y por todas partes y de todos los pechos brotaban estentóreos vivas a Jesús Sacramentado.
Mandó entonces el padre Larrondo fuesen a traer de la iglesia la Custodia, y, colocando en ella la Sagrada Hostia, organizóse, acto seguido, una solemnísima procesión, que fue recorriendo calles y alrededores del pueblo, hasta ingresar Su Divina Majestad con toda pompa y esplendor en su santo templo, de donde tan pobre y precipitadamente había salido momentos antes.
Como el dicho estremecimiento no tuvo lugar sólo en Tumaco, sino en gran parte de la costa del Pacífico por los grandes daños y trastornos que aquella ola, rechazada en Tumaco, causó en otros puntos de la costa menos expuestos que éste a ser destruidos por el mar, se puede calcular la importancia del beneficio que Jesús dispensó a aquel cristiano pueblo, el cual, por estar, como hemos dicho, a nivel más bajo que el del mar, probablemente hubiera desaparecido con todos sus habitantes. He aquí lo que en carta, que tenemos a la vista, nos dice hablando de esto el misionero reverendo padre fray Bernardino García de la Concepción, que por entonces se hallaba en la ciudad de Panamá: "En Panamá estaba en la mayor bajamar, y de repente (lo vi yo) vino la pleamar y sobrepasó el puerto, entrando en el mercado y llevándose toda clase de cajas, las embarcaciones menores que estaban en seco fueron lanzadas a grande distancia, habiendo habido muchas desgracias".
El suceso de Tumaco tuvo grandísima resonancia en el mundo, y de varias naciones de Europa escribieron al padre Larrondo, suplicándole una relación
de lo acontecido.    

 

San Antonio y la mula

Predicaba San Antonio de Padua en Rímini (Italia). Allí los herejes patarinos habían desfigurado el dogma de la presencia real, reduciendo la Eucaristía a una simple cena conmemorativa.
Antonio, en su predicación, ilustró plenamente la realidad de la presencia de Jesús en la Hostia Santa. Mas los jefes de la herejía no aceptaban las razones del Santo e intentaban rebatir sus argumentos. Entre ellos, Bonvillo, que era el principal y se hacía el sabihondo, le dijo:


-Menos palabras; si quieres que yo crea en ese misterio, has de hacer el siguiente milagro: Yo tengo una mula; la tendré sin comer por tres días continuos, pasados los cuales nos presentaremos juntos ante ella: yo con el pienso, y tú con tu sacramento. Si la mula, sin cuidarse del pienso, se arrodilla y adora ese tu Pan, entonces también lo adoraré yo.
Aceptó el Santo la prueba y se retiró a implorar el auxilio de Dios con oraciones, ayunos y penitencias.
Durante tres días privó el hereje a su mula de todo pienso y luego la sacó a la plaza pública. Al mismo tiempo, por el lado opuesto de la plaza, entraba en ella San Antonio, llevando en sus manos una Custodia con el Cuerpo de Cristo; todo ello ante una multitud de personas ansiosas de conocer el resultado de aquel extraordinario compromiso contraído por el santo franciscano.
Encaróse entonces el Santo con el hambriento animal, y, hablando con él, le dijo:
-En nombre de aquel Señor a quien yo, aunque indigno, tengo en mis manos, te mando que vengas luego a hacer reverencia a tu Creador, para que la malicia de los herejes se confunda y todos entiendan la verdad de este altísimo sacramento, que los sacerdotes tratamos en el altar, y que todas las criaturas están sujetas a su Creador.
Mientras decía el Santo estas palabras, el hereje echaba cebada a la mula para que comiese; pero la mula, sin hacer caso de la comida avanzó pausadamente, como si hubiese tenido uso de razón, y, doblando respetuosamente las rodillas ante el Santo que mantenía levantada la Sagrada Hostia, permaneció en esta postura hasta que San Antonio le concedió licencia para que se levantara. Bonvillo cumplió su promesa y se convirtió de todo corazón a la fe católica; los herejes se retractaron de sus errores, y San Antonio, después de dar la bendición con el Santísimo en medio de una tempestad de vítores y aplausos, condujo la Hostia procesionalmente y en triunfo a la iglesia, donde se dieron gracias a Dios por el estupendo portento y conversión de tantos herejes.

El siguiente hecho ocurrió en la histórica ciudad de Huesca. Durante la noche del 29 al 30 de noviembre del año 1648, fue robado en la iglesia catedral un copón con las Sagradas Formas, sin que, por desgracia, se diera cuenta persona alguna del horrible sacrilegio. Al amanecer del día siguiente, subió el campanero, según era su costumbre, a tocar el Ángelus y a dar la señal para la Misa primera. Al terminar, un hecho extraño llamó poderosamente su atención. En un montón de estiércol que había en un campo cercano al seminario, vio un objeto que brillaba de una manera extraordinaria. Extrañado de aquel fenómeno, bajó a la iglesia a decirlo al sacristán, y ambos se dirigieron enseguida al lugar de donde salía tan fuerte resplandor. Cuál no fue su sorpresa al ver que la luz procedía del interior del montón, y que, al excavar por aquel punto, aparecía un copón resplandeciente, que contenía la Sagrada Eucaristía.
La noticia de este prodigio se divulgó por toda la ciudad con la velocidad del rayo. Con gran concurso de pueblo y piadosísima reverencia, el copón milagroso fue devuelto a la iglesia, y se pudo comprobar, sin ninguna clase de duda, que era el mismo que, el día anterior, estaba en el Sagrario y que unas manos impías se habían atrevido a robar.
En memoria de este prodigio, se tomó el acuerdo de que perpetuamente, el día 30 de noviembre, aniversario del robo sacrílego, se cantara un Te Deum en la catedral, después de Tercia, en acción de gracias, y que, por el mismo motivo, la Misa conventual y las Vísperas de aquel día se celebrarían con la exposición de Nuestro Señor. También, en el lugar de tan rico hallazgo, fue levantada una capilla, que la acción del tiempo ha arruinado totalmente.

(La historia de este prodigio se lee en la cuarta parte del Ceremonial Oscense, del canónigo doctoral doctor Novellas).
El siguiente hecho ocurrió en la histórica ciudad de Huesca. Durante la noche del 29 al 30 de noviembre del año 1648, fue robado en la iglesia catedral un copón con las Sagradas Formas, sin que, por desgracia, se diera cuenta persona alguna del horrible sacrilegio. Al amanecer del día siguiente, subió el campanero, según era su costumbre, a tocar el Ángelus y a dar la señal para la Misa primera. Al terminar, un hecho extraño llamó poderosamente su atención. En un montón de estiércol que había en un campo cercano al seminario, vio un objeto que brillaba de una manera extraordinaria. Extrañado de aquel fenómeno, bajó a la iglesia a decirlo al sacristán, y ambos se dirigieron enseguida al lugar de donde salía tan fuerte resplandor. Cuál no fue su sorpresa al ver que la luz procedía del interior del montón, y que, al excavar por aquel punto, aparecía un copón resplandeciente, que contenía la Sagrada Eucaristía.
La noticia de este prodigio se divulgó por toda la ciudad con la velocidad del rayo. Con gran concurso de pueblo y piadosísima reverencia, el copón milagroso fue devuelto a la iglesia, y se pudo comprobar, sin ninguna clase de duda, que era el mismo que, el día anterior, estaba en el Sagrario y que unas manos impías se habían atrevido a robar.
En memoria de este prodigio, se tomó el acuerdo de que perpetuamente, el día 30 de noviembre, aniversario del robo sacrílego, se cantara un Te Deum en la catedral, después de Tercia, en acción de gracias, y que, por el mismo motivo, la Misa conventual y las Vísperas de aquel día se celebrarían con la exposición de Nuestro Señor. También, en el lugar de tan rico hallazgo, fue levantada una capilla, que la acción del tiempo ha arruinado totalmente.

(La historia de este prodigio se lee en la cuarta parte del Ceremonial Oscense, del canónigo doctoral doctor Novellas).

El milagro de Faverney

Corría el año 1608, época calamitosa para la Iglesia de Francia, sometida a los ataques de los calvinistas que, en ocasiones, llegaban a profanar la persona misma del Señor, presente en la Eucaristía, misterio que odiaban especialmente los herejes seguidores de Calvino.
Esta situación había creado la natural inquietud entre los fieles, amantes fervorosos de la Eucaristía.
En Faverney, pequeña ciudad de la diócesis de Besanzón, había un monasterio benedictino cuyos monjes acostumbraban a preparar cada año, la víspera de Pentecostés, una capilla adornada con sabanillas y otros lienzos sobre cuya mesa se elevaba un Tabernáculo donde había dos Hostias consagradas, puestas dentro de un viril de plata. Y también aquel año 1608 fue expuesto el Santísimo Sacramento la vigilia de Pentecostés, que coincidió con el día 25 de mayo.

El pueblo fiel homenajeó a Jesús Eucaristia, desagraviándole de las ofensas de los protestantes calvinistas, y, llegada la noche, todo el mundo se recogió y se cerraron las puertas de la iglesia, quedando en el altar de la capilla dos velas encendidas. Y seguramente las chispas de ellas, cayendo sobre los adornos, prendieron el fuego.
Pronto se esparció por todo el templo una espesa humareda. Las llamas devoraron ornamentos, manteles, tarimas y Tabernáculos. Todo quedó reducido a cenizas y ascuas. Los religiosos lloraban de tristeza, cuando contemplaron una maravillosa realidad: sobre aquel montón de cenizas ardientes, vieron el viril milagrosamente suspendido en medio de la iglesia...
Al momento se propagó por la villa la noticia del prodigio, y acudieron al monasterio muchísimas personas de Faverney y de los lugares inmediatos, y, ante la inmensa multitud, el viril continuó suspendido en el aire durante treinta y tres horas, al cabo de las cuales se colocó sobre un corporal que habían puesto debajo.
De esta manera quiso la Providencia divina preservar a los católicos fieles de los errores calvinistas y corroborarlos más y más en la religión católica, mostrándoles, por medio de un asombroso prodigio, la verdad de todo cuanto la Iglesia nos enseña acerca de la presencia real de Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento.

Santísimo Misterio de San Juan de las Abadesas

Puente de San Juan De Las Abadesas
El Conde Vifredo, en el 887, fundó un monasterio en el Pirineo catalán, alrededor del cual se agrupó pronto la población que hoy se llama "San Juan de las Abadesas", en la provincia de Gerona  y diócesis de Vich, a las orillas del río Ter, en España.

En 1251 se construyó para la iglesia del monasterio un grupo escultórico de madera, representando el descendimiento de la Cruz: lo componían las imágenes de Jesús y su Madre, José de Arimatea y Nicodemus, con San Juan, el discípulo amado, y los dos ladrones. Las esculturas, que sobrevivieron a la contienda de 1936, están dotadas de un gran sentimiento y emotividad. La cabeza, sobre todo, de Jesús, es de una imponente hermosura. Y en la frente de ella mandó abrir el artista una cavidad de unos seis centímetros de diámetro a fin de colocar dentro la Sagrada Eucaristía. Y así se hizo, depositando una Hostia consagrada dividida en tres fracciones.
El caso es que la memoria de aquella Hostia oculta en la cabeza del Crucifijo se había borrado al llegar al siglo xv.

Pero en 1426, al renovar la pintura de las imágenes y observar que la del Crucifijo tenía en la frente una placa de plata, hallaron dentro un pequeño lienzo de lino blanco, y, envuelta en él, la Hostia consagrada en 1251 del todo incorrupta, que desde entonces es venerada allí mismo hasta la actualidad con el nombre de "Santísimo Misterio de San Juan de las Abadesas" .

La Beata Imelda

Esta niña angelical nació en la ciudad de Bolonia en 1322. Era hija de los Condes de Lambertini, ilustres en nobleza y en virtud. La condesa, desconsolada porque no tenía hijos, había rogado fervorosamente para que le fuese concedida una hijita, y, según se dice, obtuvo tal merced del Cielo por medio del Santísimo Rosario, del cual era devotísima.
La pequeña Imelda pronto llamó la atención por sus celestiales inclinaciones. Cuando lloraba, se sentía consolada al oír los nombres de Jesús y de María; cuando comenzó a hablar, fueron estos nombres dulcísimos los que pronunció con más frecuencia. A veces, la encontraban con las manos levantadas al cielo, en oración, y con los ojos anegados en lágrimas de ternura .
Permanecía largos ratos sobre las rodillas de su madre, aprendiendo las primeras oraciones. Era muy devota de la Madre de Dios, y, sobre todo, de la Sagrada Eucaristía. Pasaba muchas ho­ras delante del Sagrario, como extasiada, y, con mu­cha frecuencia, se alejaba de las fiestas de familia, y se iba al oratorio del palacio, prefiriendo a todo bullicio el encanto de aquel altarcito, que ella misma arreglaba y adornaba con flores. Más de cuatro veces se habían preguntado sus parientes: "¿Qué llegará a ser, con el tiempo, esta niña?.
 Apenas tenía nueve años  cuando ya la voz de Dios se había dejado oír claramente en su alma, y la había invitado al recogimiento del claustro. Es cierto que era todavía muy jovencita para ser religiosa, pero su falta de edad era compensada por sus bellas cualidades y por su juicio de persona mayor. En aquella época, varios niños y niñas habían entrado en algunos conventos.
Así fue como Imelda pudo satisfacer pronto sus ansias de unirse con Jesucristo. Sin hacer caso de las advertencias de los parientes, ni de ninguna consideración humana, entró bien decidida y con el corazón lleno de alegría, en el monasterio dominico de Val di Pietra.
No había hecho aún la Primera Comunión, pues los niños, en aquel tiempo, no eran tan dichosos como ahora, cuando, por voluntad de la Santa Iglesia, pueden comulgar tan pronto. Por esta causa suspiraba siempre por el día más feliz de su vida, y era tan grande el concepto que tenía de la Eucaristía, que no sabía entender cómo era posible no morir de amor al recibir el Pan de los Ángeles. Reiteradamente había suplicado al sacerdote que la dejase comulgar, pero no obtuvo esta gracia; su edad lo impedía; era demasiado pequeña.
Mas, he aquí que, el día 12 de mayo de 1333, cuando ya habían comulgado todas las monjas y cuando ya había sido cerrada la puerta del Sagrario y estaban apagados los cirios del altar, mientras las religiosas se dirigían a sus ocupaciones, Imelda se quedó postrada en tierra, en el coro, con gran desconsuelo. De repente, el coro se iluminó con una luz milagrosa y se llenó de un aroma suavísimo, que, esparciéndose por todo el convento, atrajo otra vez hacia la iglesia a todas las monjas. Una Hostia se movía sola, en el aire, y parecía que quería ir hacia la monja-niña, que se derretía de amor, temblorosa y con las manos juntas, bajo la influencia del Sol de las almas. Al ver tal milagro, el sacerdote entendió claramente la voluntad de Dios, se revistió de nuevo, y tomando la Hostia que flotaba en el espacio, administró a Imelda la Sagrada Comunión.
Tumba de la Beata Imelda en la Iglesia de San Segismundo, Bolonia (Italia)Entonces Imelda cerró los ojos a toda cosa exterior, juntó las manos, inclinó la cabeza... y pareció quedar dormida. Pero pronto su color rosado se transformó en un color ligeramente blanquecino, y pasaron varias horas sin que se desvaneciera el encanto. Entonces las monjas presintieron lo que sucedía; se acercaron a ella, la llamaron, pero no respondió; estaba muerta, muerta de amor a Jesús, tal como se había imaginado...

Un gran gentío acudió a Val-di-Pietra para ver el cuerpo de la joven novicia. Y nadie dudó en venerarla enseguida como bienaventurada.
Cada año, el día 12 de  mayo se celebra en el convento con toda solemnidad. Los Papas vieron siempre con buenos ojos este culto, hasta que, por fin, un decreto de León XII, en 1826, la declaró Beata, autorizando su oficio litúrgico y Misa propia.

La Beata Imelda es la patrona de las niñas de Primera Comunión.

Curación prodigiosa de una enferma

En San Luis, pueblo no muy distante de Mahón (España), vivía una pobre viuda llamada Juana Cardona Vicent, que ejerció un verdadero apostolado entre la gente ruda del pueblo. A los cincuenta y nueve años de edad, le sobrevino una grave dolencia de estómago, que no le permitió alimentarse más que con caldo de pescado, y, después de veinte años de este sufrimiento, aún se agravó su estado a consecuencia de un aire que la dejó notablemente encorvada, sin poder enderezarse ni mirar al Cielo.

Corría el año 1880, y la pobre mujer hacía ya ocho meses que estaba en cama sin poderse mover de ella. Con motivo de acercarse la festividad del Corpus Christi, sintió en su alma gran fe y confianza de que el Señor la podría curar. Rogó, pues, a los vecinos la bajaran a la puerta de la calle cuando pasase la procesión, e hizo suplicar al sacerdote que llevaba el Santísimo Sacramento que, al estar junto a ella, le acercase un poco la Custodia para adorar a su buen Jesús en la Hostia sacrosanta.
Presente estaba todo el pueblo, compadecido del triste estado de la pobre enferma, y he aquí que en el momento mismo de dirigirse el sacerdote con la Sagrada Forma hacia la puerta de la casa donde yacía la enferma, con gran sorpresa y admiración de la muchedumbre, se verificó el instantáneo prodigio de quedar completa y radicalmente curada de su doble enfermedad, siendo testigos de tan gran maravilla todo el pueblo y el señor cura párroco, don Pedro Pons Bauzá, que llevaba el Santísimo Sacramento.

Vivió todavía diez años sin experimentar el más mínimo dolor. Durmió, por fin, el sueño de los justos en 1890, a los noventa de su edad.

La misa milagrosa del Padre Cabañuelas

Un prodigio eucarístico en el Santuario de Guadalupe (Cáceres)

El Venerable padre Cabañuelas, o fray Pedro de Valladolid, que era su nombre en religión, protagonista del suceso prodigioso que nos ocupa, fue uno de los eximios varones que ilustraron con su virtud la incipiente vida religiosa en el cenobio guadalupense en los primeros tiempos de su establecimiento en él de la Orden de San Jerónimo, en 1389.
Son los discípulos aventajados, él y otros más, del Venerable padre fray Fernando Yáñez de Figueroa, ilustre cacereño de la más rancia nobleza y primer prior del monasterio, que brillan por su santidad a lo largo de la primera mitad del siglo XV, algunos de los cuales, ocho en total, han quedado inmortalizados por el pincel de Zurbarán en otros tantos lienzos de los once que decoran la sacristía del Santuario de Guadalupe. Los tres restantes son escenas de la vida de San Jerónimo.
El padre Cabañuelas abrazó, siendo muy joven, la vida religiosa y siempre se distinguió por su acendrada devoción a la Eucaristía, en cuya contemplación y meditación gastaba gran parte de las horas del día y de la noche. Pero quiso el Señor aquilatar aquella su fe en el gran Misterio, permitiendo al enemigo de las almas viniera a turbar su imaginación con terribles dudas sobre la presencia real de Cristo en el Sacramento del Altar, dudas que se acrecentaban hasta producirle tremenda angustia, mientras celebraba el Santo Sacrificio.
El suceso milagroso que disipó todas sus dudas y le curó radicalmente de todas sus incertidumbres para el resto de su vida, podemos situarlo cronológicamente hacia 1420, como a los cincuenta años de su edad, y es él mismo quien nos lo refiere, aunque en tercera persona, en una relación que de su puño y letra se halló entre sus papeles después de su muerte, y que transcribimos a continuación.

"A un fraile de esta casa, dice, acaeció que un sábado, diciendo Misa, después que hubo consagrado el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, vio una cosa como nube que cubrió el ara y el cáliz, de manera que no veía otra cosa sino un poco de la cruz que estaba detrás del ara, lo cual le puso gran temor y con muchas lágrimas rogaba al Señor que pluguiese a su piedad de manifestarle qué cosa era aquélla y lo librase de tan gran peligro. Y estando así muy atribulado y espantado, poco a poco se fue quitando aquella nube; y, desde que se quitó, no halló la Hostia consagrada y vio la hijuela que estaba sobre el cáliz, quitada; y acató en el cáliz y lo vio vacío. Y cuando él vio esto, comenzó a llorar muy fuertemente, demandando misericordia a Dios y encomendándose devotamente a la Virgen María.
"Y estando así afligido, vio venir la Hostia consagrada puesta en una patena muy resplandeciente, y púsose sobre el cáliz; y comenzó a salir de ella gotas de sangre, en abundancia. Y desde que la sangre hubo caído en el cáliz, púsose la hijuela encima del cáliz y la Hostia encima del ara, como antes estaba. Y el dicho fraile, estando así muy espantado y llorando, oyó una voz que le dijo: Acaba tu oficio, y sea a ti en secreto lo que viste".
El momento en que Zurbarán lo representa en el lienzo, uno de los mejores, junto con “La Perla", por la belleza de su composición, expresión de los rostros, luminosidad y colorido, de cuantos salieron de su pincel, es aquel en que, viendo aparecer de nuevo por el aire la resplandeciente patena con la Hostia consagrada, cae de rodillas, entre atónito y arrobado, reconociendo y rindiendo su inteligencia a la evidencia del milagro, mientras que el lego que le servía, de rodillas también, semeja no haberse percatado lo que también hace notar el padre Cabañuelas en su relación del prodigio eucarístico operado en aquella "Misa milagrosa".
El hecho fue pronto conocido y divulgado por todos los ámbitos de la nación, y hasta los mismos reyes de Castilla, don Juan II y su esposa doña María de Aragón, junto con el príncipe don Enrique, el futuro Enrique IV, acudieron a Guadalupe, por conocer y tratar al siervo de Dios, elegido ya a la sazón prior del monasterio, quedando tan prendados de su virtud y santidad, que la reina le eligió por su consejero en materias del espíritu, y mandó en su testamento que, cuando trajeran sus restos al Santuario, colocaran a su lado los del padre Cabañuelas, como en efecto se hizo.
Aún nos queda un precioso testimonio de la "Misa milagrosa": los corporales y la hijuela, con unas gotas de sangre, usados en la misma, reconocidos ante notario apostólico en el siglo XVII, fueron declarados auténticos y son hoy la más preciada reliquia con que se honra el relicario guadalupense, como fueron también preclara reliquia eucarística, expuesta a la veneración de los fieles, entre dos velas encendidas, en el Congreso Eucarístico Nacional de Toledo, octubre de 1926.
El padre Cabañuelas murió el 20 de marzo de 1441, en olor de santidad, muy querido y venerado de todos.

El milagro de Alboraya

Era una noche de julio de 1348. La atmósfera, calurosa y cargada de humedad, presagiaba una tormenta. Con todo, el párroco de Alboraya (Valencia – España), celoso de su ministerio sacerdotal, salió con el Viático camino de una lejana alquería, donde le reclamaba un moribundo.
La tormenta estalló en el preciso momento en que, terminada su misión, se disponía a regresar. Los vecinos le aconsejaron esperase, pero no podía quedarse allí toda la noche y, aprovechando un momento de calma en el temporal, apretando contra su pecho el copón, caminó entre lodazales y en la oscuridad, amortiguada por el débil resplandor del farol que llevaba su acompañante.
Todo fue bien hasta llegar al barranco de Carraixet. Era el paso más difícil del camino. Con la reciente tormenta, el torrente había centuplicado su caudal y una simple tabla servía de puente para salvarlo.
El párroco, animoso, se arriesgó, pero, cuando estaba a mitad del estrecho puente, resbaló y, en el brusco movimiento para guardar el equilibrio, el copón salió despedido para hundirse en las tumultuosas aguas del torrente.
El Párroco, valiente y temerariamente, se arrojó a. las aguas para rescatar el precioso tesoro. Luchó denodadamente contra la corriente, Pero sus esfuerzos fueron en vano: el copón quedó sepultado y en el había tres Formas.
La noticia corrió velozmente por el contorno y fueron muchos los hombres que se prestaron voluntarios para rescatar de las aguas el Sagrado Tesoro. En ello trabajaron toda la noche y, por fin, con las primeras luces del día, apareció el copón. Pero... ¡estaba vacío! Con el golpe de la caída se había entreabierto y las tres Formas que contenía, arrastradas por la violencia de la corriente, habían desaparecido camino del mar.
La desolación del cristiano pueblo de Alboraya fue indescriptible, e inmediatamente se organizaron actos de reparación, de honor y desagravio. ¡Emocionante y ejemplar la fe de aquel pueblo valenciano!... Tanto que el Señor quiso premiarlos con un estupendo milagro. Milagro inaudito, que parecía increíble, de no contarlo cien crónicas que han hecho célebre el barranco de Carraixet.
A la incierta luz de la aurora, allí donde el torrente rinde sus aguas al mar, todos los vecinos de Alboraya pudieron ver cómo tres peces se mantenían erguidos sobre la corriente, sosteniendo en la boca entreabierta una Hostia consagrada.
El estupor hizo caer de rodillas a las sencillas gentes del campo, mientras alguien corrió a comunicar al párroco el portentoso suceso. Los tres peces siguieron inmóviles en medio de la corriente hasta que el sacerdote, revestido de ornamentos sagrados, se acercó a la ribera.
Y entre cánticos del pueblo y lágrimas que corrieron de todos los ojos, los tres peces fueron depositando las tres Formas en manos del sacerdote.
Nunca se vio procesión tan devota como la que entonces se organizó para trasladar al Santísimo desde la ribera del mar hasta la iglesia del pueblo. El copón de tan singular maravilla se conserva aún hoy como perpetuo recuerdo del milagro, y para hacer nacer la fe en los corazones de quienes no creen, han grabado en él esta frase feliz: ¿ Quién negará de este Pan el Misterio, cuando un mudo pez nos predica la fe?

En el lugar del milagro se erigió una ermita que lleva el nombre de “Ermita dels Peixets” en lengua valenciana, que significa en castellano “Ermita de los pececitos”, cuya imagen se muestra abajo. Junto a la Ermita, situada a tan sólo unos 4 kilómetros de la ciudad de Valencia, existe además un pequeño parque en la actualidad.

Los corporales de Daroca

Los Corporales de Daroca

Daroca, la pequeña ciudad aragonesa, es la primera población española y aún del mundo que estableció una fiesta pública en honor del Santísimo Sacramento. Antes de que, desde el monte Cornillón, de Lieja, se pida la fiesta del Corpus; antes de que Cristo sensibilice su milagroso poder en Orbieto, Daroca celebra ya su fiesta eucarística con extraordinaria solemnidad, trasladando procesionalmente los Santos Corporales fuera de sus murallas y mostrándolos a los peregrinos desde la Torreta, extramuros, sobre la que predicó San Vicente Ferrer.
El milagro sucedió en 1239, cuando las tropas cristianas de las comunidades de Daroca, Teruel y Calatayud, bajo el mando del general Berenguer de Entenza, se disponían a conquistar desde el monte Codol el castillo de Chío, cerca de Luchende, en poder de los árabes, a 17 kilómetros de Játiva.
Antes de la batalla, el capellán, don Mateo Martínez, rector de la parroquia de San Cristóbal de Daroca, celebró Misa, consagrando seis Formas más para la comunión de los capitanes de los tercios, e inmediatamente después de la consagración se desencadenó un repentino ataque de los moriscos, que obligó a todos a dejar el sacrificio para enfrentarse con el enemigo, y al capellán, después de comulgar, a ocultar las seis Formas, envueltas en los corporales, bajo unas piedras, para evitar que pudieran ser profanadas. El ataque fue superado por los aragoneses. Y al querer el sacerdote rescatar las Formas ocultas en el pedregal, las encontró tintas en sangre y pegadas a los corporales.
Patente milagro sirvió de estímulo a las tropas cristianas que, llevando como bandera los Santos Corporales, obtuvieron sobre los enemigos decisiva victoria.
Sólo que, enfervorecidos los capitanes y codiciosos de que en los lugares de su origen se guardase la preciosa reliquia, tuvieron que echar a suerte su destino por tres veces, correspondiendo las tres a Daroca el favor de la custodia; mas, disconformes aún, decidióse, por el general Berenguer de Entenza, que fueran cargados sobre una mula, abandonando a su instinto la decisión divina y dando por bueno el lugar donde la bestia se detuviera. La mula cruzó de largo Teruel, seguía el séquito procesional para llegar, luego de cincuenta leguas de andadura, a las cercanías de Daroca, por cuyas puertas entró hasta detenerse en el entonces hospital de San Marcos. En este momento, aquel 7 de marzo de 1239, dobló las rodillas y cayó muerta, dejando para Daroca el inapreciable tesoro y el singular favor de la guarda de la Preciosísima Sangre de Cristo.
En 1261, diputados especiales por Daroca y el Cabildo, acudieron a Roma a fin de informar al Papa Urbano IV sobre el milagro, siendo introductores de los síndicos los doctores San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino, los cuales inclinaron el ánimo del Pontífice a declarar la solemne fiesta del Corpus. En 1344 el Papa Eugenio IV concedió la celebración del año jubilar cada decenio, para conmemorarlo.
Reinando Sixto IV, que había suspendido las indulgencias de la cristiandad por las Cruzadas, firmó la bula Agni Inmaculati, en 1473, por la que se establece la norma definitiva de los años jubilares darocenses.

(Prodigios Eucarísticos, P. M. Traval, S. J.).

Las Santas Hostias de Pézilla-la-Rivière



En Francia se había desencadenado un formidable temporal. Era el año 1793, el año de la Revolución Francesa, y un huracán de impiedad lo destruía y arrasaba todo. La religión y sus ministros eran perseguidos por todas partes y sin compasión, profanadas sacrílegamente las iglesias y proscrito el culto católico, y a los sacerdotes que querían escapar de una muerte segura e inevitable, no les quedaba otra solución que esconderse o emprender el camino del destierro.
A pesar de su celo por las almas confiadas a su pastoral solicitud, el reverendo Jaime Perone, párroco de Pézilla de la Rivière, población situada a unos cuantos kilómetros de Perpiñán, no tuvo otro recurso que dejar, como muchos otros, la parroquia, y esconderse, aunque lo hizo no muy lejos de sus ovejas, para estar al acecho y en espera de que amainase el temporal.
Llegó en efecto, un día en el cual parecía que la tempestad había cesado
y el bueno del sacerdote regresó enseguida a su parroquia y reanudó el ejercicio de su ministerio, como si nada hubiese ocurrido. El domingo siguiente a su regreso que fue el 15 de septiembre celebró la santa Misa delante de un gran concurso de pueblo, y fueron muchos los que se acercaron a recibir la Sagrada Comunión, y aun se hizo por el interior del templo la procesión llamada de la Minerva. Acabada ésta, el sacerdote guardó en el sagrario la Hostia grande de la custodia, juntamente con otras cuatro pequeñas que había reservado por si era necesario administrar el Viático a algún enfermo.
El celo por las almas de sus feligreses había convertido en excesivamente optimista al señor cura, el cual había tomado por señales de bonanza lo que no era más que un compás de espera en la persecución comenzada. Conocida, en efecto, por los revolucionarios de Pézilla y de sus contornos la intrépida osadía del reverendo Jaime Perone, acordaron hacer un escarmiento ejemplar en su persona.
Avisado de ello el señor cura, se marchó precipitadamente de la parroquia, sin acordarse de la Eucaristía, que dejaba en el sagrario de la iglesia. Fue al llegar a Sant Feliu d'Avall, a cuatro kilómetros de Pézilla, cuando se dio cuenta del lamentable olvido; pero ya era tarde. De la honda pena y sentimiento que le atormentaban fueron testimonio elocuentísimo estas palabras, que dijo ante un grupo de personas: ¡Ah! ¡Qué daría yo para poder volver a Pézilla y permanecer allí tan sólo un cuarto de hora!
Oyó estas palabras una feligresa de Pézilla, jovencita de quince años, llamada Rosa Llorens, la cual, conociendo, por el tono y el sentimiento con que fueron pronunciadas, que se trataba de algo muy grave, pensaba en cuál pudiera ser el motivo de una turbación y pena tales.
"No hay duda decía para sus adentros Rosa Llorens- que solamente alguna cosa santa, la Eucaristía tal vez, encerrada en el sagrario y expuesta a indignos sacrilegios y profanaciones, pueden producir un sentimiento tan grande y una tan profunda y cruel angustia".
Mas, ¿cómo salir de dudas? Los revolucionarios eran los dueños de Pézilla, la iglesia estaba cerrada y las llaves estaban en poder del alcalde, Marcos Estrada, y no era fácil que éste quisiera entregarlas a persona alguna, y menos a una beata.
    No le quedó, pues, otro recurso que esperar y encomendar a Dios aquel asunto.  El día 26 de diciembre de aquel mismo año de 1793 tuvo efecto la renovación del Ayuntamiento de Pézilla y dejó de ser Alcalde Marcos Estrada, que fue reemplazado en aquel cargo por Juan Bonafós, mejor dispuesto que su antecesor por las cosas de la religión y de la iglesia.
Rosa Llorens creyó que había llegado la hora de salir de dudas, y, con este objeto, fue a visitar al nuevo alcalde, y le pidió, con todo el interés, que tuviera a bien enterarse de si realmente las Hostias santas estaban o no en el sagrario de la iglesia.
Bonafós, a pesar de las ideas liberales y avanzadas de que hacía alarde, era privadamente un buen cristiano, y accedió fácilmente a los deseos de Rosa.
En el día y hora convenido, el alcalde y Rosa Llorens entraron con la mayor reserva y disimulo en la iglesia: abrieron el sagrario, y efectivamente, encontraron dentro, y en su ostensorio, la Hostia grande que había servido para la procesión del 15 de septiembre, y además, un copón con cuatro Hostias pequeñas, una de ellas partida en dos.

Rosa, con finísima perspicacia, había adivinado la causa de la angustia moral del buen señor Párroco Inmediatamente fue concertada la manera de salvar a aquel tesoro. El alcalde Bonafós quiso encargarse de guardar la Hostia grande con el ostensorio, porque decía: Yo también quiero mi parte de Dios. Rosa Lloréns envolvió respetuosamente las cuatro pequeñas Hostias en un purificador, y se las llevó a su casa.
El Santísimo Sacramento estaba ya al abrigo de toda profanación. Mas ¿de qué manera?
Muy contra la voluntad del alcalde y de la piadosa Rosa, aquellos divinos tesoros hubieron de permanecer escondidos. Dios nos libre de que los revolucionarios hubiesen tenido noticia de la existencia del Santísimo Sacramento en sus casas. La profanación hubiera sido inevitable y sus poseedores severísimamente castigados.
La Hostia grande con el ostensorio fue colocada dentro de un arca de madera, y así estuvo, en este humilde sagrario, desde el 7 de febrero de 1794 hasta el 9 de diciembre de 1800. En este tabernáculo, el Dios de la Eucaristía solamente podía recibir las visitas y las adoraciones de Juan Bonafós y de su cristiana esposa, que no dejaban pasar un solo día sin postrarse delante de aquella arca y sin ofrecer a su divino Huésped sus homenajes de amor y veneración. El mismo alcalde calmó también el ansia del señor párroco, que se había refugiado en Gerona (España), comunicándole que el Santísimo Sacramento estaba bien guardado y custodiado, fuera de todo peligro.


¿Y cuál fue la suerte de las cuatro pequeñas Hostias confiadas a la piedad de Rosa Llorens?
Cuando ésta llegó a su casa con tan rico presente habló con su madre de la mejor manera de guardar el divino Tesoro. Entre los varios utensilios que poseían, ninguno les pareció más digno y a propósito para guardar la divina Eucaristía que un frasco de cristal, y éste fue, durante la revolución, el tabernáculo y el palacio del Rey de los cielos y tierra. Más adelante, este frasco fue cubierto con una especie de conopeo de seda.
Faltaba, con todo, encontrar un lugar a propósito donde colocar ese copón improvisado, y a falta de un sagrario mejor, escogieron un armario abierto dentro de la pared, lo arreglaron y adornaron convenientemente y trasladaron a él el frasco con las cuatro Hostias y el purificador.
Vuestra habitación,     ¡oh Señor!, es sencilla y humildísima, pero no os faltarán las adoraciones de esta cristiana y piadosísima familia y las invisibles de los ángeles del cielo, que rodean vuestro tabernáculo, donde esté.
Para que el Dios Eucaristía no echase de menos, en la medida de lo posible el sagrario de la iglesia, aquellas buenas mujeres colgaron delante del armario una lamparilla que hiciese incesantemente compañía al Dios del Amor.

Por razones facilísimas de entender, fueron muy pocas las personas que tuvieron noticia de la existencia del Sacramento en casa de Juan Bonafós. No ocurrió lo mismo en la de Rosa Llorens, la cual, recomendando


la más impenetrable reserva, comunicó el secreto a algunas personas piadosas del pueblo y fueron éstas las que se constituyeron en guardias de honor del Santísimo Sacramento.
He aquí algunas de las estratagemas de que echaron mano para poder visitar al divino Prisionero de amor, sin llamar la atención de nadie. Al entrar las mujeres en casa de Rosa Llorens, le preguntaban si tenía un poco de fuego, una brizna de perejil o bien alguna otra cosa referente a la comida y los hombres preguntaban por cualquier herramienta de trabajo. Si la respuesta era afirmativa, era señal de que podían entrar a visitar a Nuestro Señor, sin ningún temor. Si la respuesta era negativa, era señal de que existía algún peligro, y entonces renunciaban a sus piadosos deseos.
Todos los años, el día de Jueves Santo, aquellas piadosas almas organizaban solemnes homenajes a su Dios Eucaristía. Con este objeto, arreglaban un altarcito con profusión de flores y de luces, y pasaban largos ratos en fervorosísima y devota adoración. Finalmente, con velas encendidas, todos los concursantes recorrían en devota procesión la pequeña sala donde se hospedaba el divino Sacramento.
A pesar de éstas y otras muchas precauciones, fue imposible evitar que se entreviera algo de lo que ocurría en aquella casa. Más de una vez, la familia Llorens estuvo a punto de que le hiciesen un registro domiciliario. Fue éste, en cierta ocasión, tan inminente, que, sorprendidos por la noticia, corrieron a esconder su divino Tesoro dentro de un saco de harina. En otras dos ocasiones, la familia Llorens se vio en el trance de tener que confiar la guarda del Sacramento a una virtuosísima viuda, llamada Ana Duchamp, la cual, una vez pasado el peligro, devolvió el sagrado depósito a los primeros guardadores.
Un día, uno de los revolucionarios de Pézilla, llamado Godail, intrigado por ciertos indicios, quiso averiguar el misterio en que vivía envuelta aquella, familia. Ya de noche, se encaramó al tejado de la casa Lloréns, y acercándose al orificio de la chimenea, que daba precisamente a la habitación donde se guardaban las sagradas Hostias, oyó perfectamente toda la conversación de la familia, la cual, como de costumbre, versaba sobre el inestimable Tesoro. Según todas las previsiones humanas, aquella familia estaba perdida. Pero Dios vela por los suyos, pues ocurrió que, habiendo encontrado Godail, pocos días después a Rosa Llorens, le dijo estas palabras: Sé con certeza que guardáis en vuestra casa las sagradas Hostias, pero os juro que no lo diré a nadie.
Finalmente, después de siete años de tempestad, el horizonte de la Iglesia de Francia se serenó y volvió a lucir un sol espléndido, el sol de la libertad religiosa. Las iglesias se abrieron nuevamente al culto, los sacerdotes volvieron del destierro, y la vida religiosa comenzó, otra vez, en las parroquias. Ocurría esto en 1800. El primer sacerdote que entró en Pézilla, después de la revolución, fue el reverendo Honorato Siuroles, vicario de la parroquia. Su primera diligencia fue hacerse cargo de las sagradas Hostias Con este fin, el 5 de diciembre del mencionado año 1800, se presentó en casa de la familia Llorens, para examinar las sagradas Especies y devolverlas al sagrario de la iglesia. Mas, ¡oh prodigio! al abrir el armario y quedar visibles las sagradas Hostias, vieron todos los presentes, con inefable estupefacción, que el frasco, antes sencillo y sin ningún adorno, estaba todo dorado, a manera de granitos de oro introducidos en el cristal.
¿No era este prodigio una demostración divina y sobrenatural del agradecimiento que el Dios del Sagrario sentía por aquella familia, que tan de buen grado y tan piadosamente le había acogido durante aquellos siete años de proscripción y de destierro del sagrario de la iglesia?
Porque el dorado del frasco es algo que no explica la ciencia. En diferentes ocasiones ha sido examinado por entendidos en la materia, y nunca se ha encontrado una explicación satisfactoria. Por otra parte, la ejecución de aquel dorado es tan perfecta, que los más hábiles doradores no se atreverían a hacer otra igual. El frasco así dorado, con las cuatro Hostias y el purificador, fue trasladado al sagrario de la iglesia parroquial.
El 9 de diciembre del mismo año de 1800, habiendo regresado de su destierro el párroco Jaime Perone, se procedió al traslado de la Hostia grande con el ostensorio, que durante siete años, había sido guardada en la casa del señor alcalde.
Fue aquel día de gran fiesta para todo el pueblo de Pézilla. Con el retorno de su Dios al sagrario de la iglesia, celebraba también el retorno de su amado pastor, y un aire de misterio y de sobrenaturalismo penetraba todos los corazones, porque, ¿no era acaso, un milagro evidentísimo, la conservación de las especies sacramentales durante siete años? ¿No lo era, y tal vez mayor, el dorado milagroso del frasco? ¿Y no había sido también una especial providencia de Dios la tranquilidad que, durante siete años de revolución, disfrutó la villa de Pézilla, en medio de las convulsiones que agitaron toda Francia?
Hace más de doscientos años que las sagradas Hostias de Pézilla fueron devueltas al sagrario de la iglesia parroquial. Colocadas en una custodia construida ex profeso, con cinco viriles uno en el centro, para la Hostia grande, y cuatro pequeños, a los lados, para las Hostias pequeñas , conservan todavía la misma incorruptibilidad, la misma blancura y consistencia del primer día.
La manera providencial como fueron guardadas durante los años de la Revolución Francesa, y más aún, el milagro perpetuo y constante de su incorruptibilidad, después de mucho más de una centuria, han hecho que el pueblo cristiano haya visto en estas sagradas Hostias una demostración manifiesta del poder y bondad del Dios de la Eucaristía. Desde entonces, la devoción a las sagradas Hostias de Pézilla de la Rivière ha ido creciendo extraordinariamente. En homenaje al Dios de la Eucaristía, se ha levantado en Pézilla un suntuosísimo templo de estilo románico, donde se guardan y reciben una continua adoración las cinco Hostias y el frasco dorado. Este templo fue bendecido e inaugurado por el señor Obispo de Perpiñán, el día 30 de abril de 1893.


 
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